Pero sabemos, o intuimos, que no, que no es lo mismo ser militante del campo popular y nacional o un neoliberal o un conservador.
Desmenuzando, deconstruyendo, desnudando el sentir del militante del campo popular y nacional en general y en particular el militante peronista, se encuentra que hay un sustrato, algo que está por debajo, algo que no vemos a simple vista, pero que es la capa última, la médula, lo esencial, aquello que impulsa a militar y seguir adelante, esa razón es la ESPERANZA.

Contrariamente las clases más vulnerables, los sometidos del sistema, los excluidos, los que pagan las fiestas de los endeudamientos, no ven un valor en el optimismo, porque si el presente no es bueno el paso siguiente es querer transformarlo, y ese descontento es el motor que impulsa revertir el sistema imperante.
Los sometidos se apoyan más en la idea de esperanza que en la del optimismo. El militante peronista tiene una expectativa tímida, frágil, endeble, de que todo va a mejorar, esa esperanza es más similar a la utopía y muchas veces se parece a la falsa ilusión, nos olvidamos que la que esperanza teníamos ayer y no la concretamos, genera una nueva para perseguirla, es como la paradoja de la cinta de Moebius, una interminable sucesión de anhelos.
El que tiene esperanza puede asumir la derrota, no así el optimista, pero a pesar de ello no se entrega, no capitula. Parafraseando a Juaretche, el optimismo que ellos esgrimen se parece al amor del hijo junto a la tumba del padre; la esperanza que nosotros predicamos se parece al amor del padre junto a la cuna del hijo... para ellos la certeza es que el futuro ya se realizó; para nosotros, todavía sigue naciendo.